(José M. Vidal).- Día plomizo en Madrid para la macrobeatificación de Álvaro del Portillo. Con decenas de cardenales, cientos de obispos y sacerdotes, con unas 150.000 personas. Y una escenografía elegante y cuidada, al estilo de la Obra. El Opus Dei muestra su músculo y el orgullo de tener ya en el santoral a su fundador, San Josemaría, y, ahora, a su sucesor.
El altar, presidido por una gran litografía de la Virgen de La Almudena, patrona de Madrid, la ciudad natal del nuevo beato de la Iglesia. A su lado, una frase en latín, que es ya toda una declaración de intenciones: "Regnare Christum volemus" (Queremos que reine Cristo).
Antes de comenzar la ceremonia, un speaker anuncia que hay 80 confesonarios repartidos por todo el reciento y advierte que, para comulgar, es necesario "estar en gracia y haber hecho el ayuno". Asimismo indica que los que se acerquen a la comunión tendrán que comulgar "en la boca".
Preside la celebración el cardenal Amato, prefecto de la Causa de los Santos. A su derecha, el cardenal Rouco Varela, administrador apostólico de Madrid. A su izqiuerda, monseñor Echevarría, el prelado del Opus Dei. En un lado del altar, otros muchos cardenales. Entre ellos, Amigo, Pell, Herranz o Monteiro.
Entre las autoridades civiles, Federico Trillo, ex presidente de las Cortes, Marcelino Oreja, ex ministro, la presidenta de Navarra, Yolanda Barcina o el ex alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano.
También asistieron los ministros Fernández y De Guindos, asi como el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce; el consejero de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, Borja Sarasola; el presidente del Parlamento de Navarra, Alberto Catalán; y el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa.
Lectura del mensaje del Santo Padre Francisco
"La beatificación representa un momento de especial alegría, para todos los fieles de esa prelatura"
"También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos"
"En Madrid tuvo lugar el encuentro con San Josemaría Escrivá"
"Enamorarse de Cristo es el camino que ha de recorrer cada cristiano"
"Gracias, perdón, ayúdame más, su jaculatoria preferida"
Y el Papa explica las tres partes de la jaculatoria del nuevo beato.
"El amor de Dios nos primerea"
"Sirvió a la Iglesia con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia y acogedor con todos y buscando siempre lo que une y lo que construye"
"Nunca una queja o crítica, ni siquiera en los momentos especialmente difíciles"
"Respondió siempre con el perdón y la caridad fraterna"
"El amor de Dios no humilla ni hunde en el abismo de la culpa"
"El Señor no nos abandona nunca. Su gracia no nos faltará"
"Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres"
"Hay que salir e ir al encuentro de nuestros hermanos. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos. Es un don para compartirlo con los demás"
"Una existencia centrada en Dios"
"Alguien que ha sido tocado por el amor más grande y vive de ese amor"
"El beato nos envía un mensaje muy claro: que nos fiemos del Señor, que es el amigo que nunca defrauda y que siempre está a nuestro lado"
"Nos anima a no tener miedo e ir a contracorriente"
"En la sencillez de la vida podemos encontrar un camino seguro de santidad"
"Pido a todos los fieles de la Prelatura que recen por mí, a la vez que les imparto la bendición apostólica"
Larga ovación al saludo del Papa a la asamblea.
Continúa la celebración de la eucaristía con el confiteor, el Kyrie y el gloria. Todo en latín.
El Prelado de la Obra pide en latín al enviado del Papa que se digne beatificar a Álvaro del Portillo. Un sacerdote lee su biografía, esta vez en castellano.
"La virtud más característica del venerable fue la fidelidad indiscutible a Dios, a la Iglesia y al Papa, al sacerdocio y a la vocación cristiana. Una fidelidad que nace del amor. Por eso, se propone ahora como ejemplo de caridad y de fidelidad para todos los cristianos", dice el lector.
El cardenal Amato responde a la petición de beatificación y lee las cartas apostólicas. Y se despliega el tapiz con el rostro del nuevo beato, mientras suena el Christus vincit y se acerca el niño milagrado al altar, portando las reliquias del santo.
El Prelado de la Obra da las gracias al Papa y a su enviado, abraza al cardenal Amato y la gente prorrumpe en una ovación.
Continua la celebración con el canto del gloria en latín.
Carta íntegra del Papa Francisco
Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.
Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.
En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.
¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Franciscus
Texto íntegro de la homilía del cardenal Amato
1. «Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»[1]. Este es el retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas[2].
El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»[3]. Y este anuncio de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia»[4].
La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas -también aquellas más arduas como las persecuciones- no son sino un himno a la alegría.
El cardenal Amato responde a la petición de beatificación y lee las cartas apostólicas. Y se despliega el tapiz con el rostro del nuevo beato, mientras suena el Christus vincit y se acerca el niño milagrado al altar, portando las reliquias del santo.
El Prelado de la Obra da las gracias al Papa y a su enviado, abraza al cardenal Amato y la gente prorrumpe en una ovación.
Continua la celebración con el canto del gloria en latín.
Carta íntegra del Papa Francisco
Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.
Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.
En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.
¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Franciscus
Texto íntegro de la homilía del cardenal Amato
1. «Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia»[1]. Este es el retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas[2].
El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí»[3]. Y este anuncio de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia»[4].
La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas -también aquellas más arduas como las persecuciones- no son sino un himno a la alegría.
2. Son muchas las virtudes -como la fe, la esperanza y la caridad- que el Beato Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos hábitos virtuosos a la luz de las bienaventuranzas de la mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de corazón. Los testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió también como una figura de gran humanidad.
Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno...»[5].
Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario.
Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.
Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.
4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer -que entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años-, respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al apostolado.
Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de Europa.
Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de Cristo -bonus odor Christi-[6], que es el aroma de la auténtica santidad.
5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e identificación con Cristo, manso y humilde de corazón[7]. Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa, porque -así se lo comentó- se consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de personas y la escasa ventilación[8]. Fue una gran lección de sencillez y de piedad.
Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente "contagiado" por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir[9]. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea»[10]. Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies»[11]; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado.
Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad[12]. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde»[13]. Tampoco olvidaba que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era "la humildad en persona"[14].
Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente»[15].
Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»[16]. La humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor»[17].
Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito o en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo total.
Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno...»[5].
Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario.
Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.
Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.
4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer -que entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años-, respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al apostolado.
Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de Europa.
Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de Cristo -bonus odor Christi-[6], que es el aroma de la auténtica santidad.
5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e identificación con Cristo, manso y humilde de corazón[7]. Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa, porque -así se lo comentó- se consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de personas y la escasa ventilación[8]. Fue una gran lección de sencillez y de piedad.
Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente "contagiado" por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir[9]. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea»[10]. Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies»[11]; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado.
Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad[12]. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde»[13]. Tampoco olvidaba que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era "la humildad en persona"[14].
Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente»[15].
Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas»[16]. La humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor»[17].
Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito o en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo total.
6. Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal Ratzinger pronunció en 2002, con ocasión de la canonización del Fundador del Opus Dei. Hablando de la virtud heroica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo: «Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él se ha mostrado transparente y disponible para que Dios actuara [...]. Esto es la santidad»[18].
Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia»[19]. Nos invita a ser santos como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.
Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra.
Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos proteja.
Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros.Amén.
[1]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
[2] Cfr. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-16.
[3] Col 1, 28-29.
[4] Ibid., 24.
[5] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 27.
[6] 2 Cor 2,15.
[7] Mt 11, 29.
[8] Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 662.
[9]Mt 20, 28; Mc 10, 45.
[10] Miguel de Cervantes, Novelas Ejemplares: "El coloquio de los perros". Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 663.
[11]Sal 51 [50], 19.
[12]San Agustín, De sancta virginitate, 51.
[13]San Josemaría Escrivá, palabras recogidas en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p. 18.
[14] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 668.
[15]Ibid., p. 675.
[16]Ibid.
[17]Ibid., p. 705.
[18]Ibid., p. 908.
[19]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia»[19]. Nos invita a ser santos como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.
Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra.
Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos proteja.
Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros.Amén.
[1]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
[2] Cfr. Ez 34, 11-16; Jn 10,11-16.
[3] Col 1, 28-29.
[4] Ibid., 24.
[5] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 27.
[6] 2 Cor 2,15.
[7] Mt 11, 29.
[8] Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 662.
[9]Mt 20, 28; Mc 10, 45.
[10] Miguel de Cervantes, Novelas Ejemplares: "El coloquio de los perros". Cfr. Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 663.
[11]Sal 51 [50], 19.
[12]San Agustín, De sancta virginitate, 51.
[13]San Josemaría Escrivá, palabras recogidas en A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p. 18.
[14] Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 2010, vol. I, p. 668.
[15]Ibid., p. 675.
[16]Ibid.
[17]Ibid., p. 705.
[18]Ibid., p. 908.
[19]Francisco, Breve Apostólico de Beatificación del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Obispo, Prelado del Opus Dei, 27-IX-2014.
http://www.periodistadigital.com/religion/espana/2014/09/27/portillo.shtml
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Escándalo en Paraguay
Si leemos esto, todos comprenderemos lo urgente que es rezar por la Iglesia en Paraguay (y donde quiera que haya división, porque toda división viene del Divididor, el Diablo, que eso significa ese nombre). Cabe agregar:
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Escándalo en Paraguay
Si leemos esto, todos comprenderemos lo urgente que es rezar por la Iglesia en Paraguay (y donde quiera que haya división, porque toda división viene del Divididor, el Diablo, que eso significa ese nombre). Cabe agregar:
Salvo razones de fuerza mayor que impiden hacer la corrección fraterna posterior o evitar un daño imposible de reparar en privado (como cuando San Pablo tuvo que corregir al Papa en medio de la asamblea), divulgar escándalos públicamente es contrario a la corrección fraterna en privado, que exige la Caridad y la Palabra de Dios.
Hace más de 2500 años dijo Esquilo que en toda guerra la primera víctima es la verdad. Lo mismo puede decirse de toda discordia: lo primero que se mata es la Verdad y la Caridad, que es Cristo.
En toda discordia y más en todo escándalo, hemos fallado TODOS…
· por dividir
· por propagar calumnias
· por acusar públicamente sin pruebas
· por difundir medias verdades que son mentira
· por difundir pecados en público
· por no aceptar que una persona pueda arrepentirse y cambiar de vida
· por omisión:
o por no poner paños fríos
Hace más de 2500 años dijo Esquilo que en toda guerra la primera víctima es la verdad. Lo mismo puede decirse de toda discordia: lo primero que se mata es la Verdad y la Caridad, que es Cristo.
En toda discordia y más en todo escándalo, hemos fallado TODOS…
· por dividir
· por propagar calumnias
· por acusar públicamente sin pruebas
· por difundir medias verdades que son mentira
· por difundir pecados en público
· por no aceptar que una persona pueda arrepentirse y cambiar de vida
· por omisión:
o por no poner paños fríos
o por no hacer ver el que el verdadero escándalo es la falta de unidad
o por no ofrecer suficientes oraciones y sacrificios por la paz
Quien no perdona, no sigue a Jesús, ni a San Josemaría, en cuyo Via Crucis leemos:
VIII Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
3. “Hay que unir, hay que comprender, hay que disculpar… La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por unos y por otros, para que todos alcancen la paz.”
Es un error grosero acusar públicamente de homosexualidad como si fuera un pecado. Una cosa es la tendencia homosexual, que si bien es desordenada y antinatural, no impide dominarla y llegar a ser Santo, y otra muy distinta el homodeseo y homosexo, que sí son objetivamente pecado mortal (subjetivamente, sólo lo sabe Dios y la persona). Recemos para que pronto se canonice un Santo que haya vencido su inclinación homosexual. ¡Qué sorpresa se llevarían muchos y qué ejemplo para quienes llevan esa cruz!
Son hipócritas quienes critican la homosexualidad con desprecio pero no son capaces de controlar su vista al ver una mujer: hermano, ¡primero quita la viga de tu propio ojo! Primero la caridad. Cristo derramó su Sangre por todos, sin excluir a nadie. Haga lo que haga, cada alma vale toda la Sangre de Cristo. Tanto amó y sufrió Jesús por cada alma… ¿quién te crees que eres para despreciarla? Quien no sea misericordioso no hallará misericordia en el Tribunal del Juicio.
Recemos mucho por la unidad en la Iglesia, con la serenidad y la paz que dan comprender que Dios siempre saca bien del mal… pero ay de quienes hacen el mal y de quienes dejan de hacer el bien que pueden y deben hacer.
Recemos por la pronta canonización de Don Álvaro (¡ya está el segundo milagro!)
¡ Ave María puríssima !
Gracias por tu apoyo. Recemos unos por otros.
Unidos en el Corazón de la Sagrada Familia,
El equipo de voluntarios de IESVS.org
---
**Visita: http://elportaldeolgaydaniel.blogspot.com.ar/
o por no ofrecer suficientes oraciones y sacrificios por la paz
Quien no perdona, no sigue a Jesús, ni a San Josemaría, en cuyo Via Crucis leemos:
VIII Estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén
3. “Hay que unir, hay que comprender, hay que disculpar… La Cruz de Cristo es callar, perdonar y rezar por unos y por otros, para que todos alcancen la paz.”
Es un error grosero acusar públicamente de homosexualidad como si fuera un pecado. Una cosa es la tendencia homosexual, que si bien es desordenada y antinatural, no impide dominarla y llegar a ser Santo, y otra muy distinta el homodeseo y homosexo, que sí son objetivamente pecado mortal (subjetivamente, sólo lo sabe Dios y la persona). Recemos para que pronto se canonice un Santo que haya vencido su inclinación homosexual. ¡Qué sorpresa se llevarían muchos y qué ejemplo para quienes llevan esa cruz!
Son hipócritas quienes critican la homosexualidad con desprecio pero no son capaces de controlar su vista al ver una mujer: hermano, ¡primero quita la viga de tu propio ojo! Primero la caridad. Cristo derramó su Sangre por todos, sin excluir a nadie. Haga lo que haga, cada alma vale toda la Sangre de Cristo. Tanto amó y sufrió Jesús por cada alma… ¿quién te crees que eres para despreciarla? Quien no sea misericordioso no hallará misericordia en el Tribunal del Juicio.
Recemos mucho por la unidad en la Iglesia, con la serenidad y la paz que dan comprender que Dios siempre saca bien del mal… pero ay de quienes hacen el mal y de quienes dejan de hacer el bien que pueden y deben hacer.
Recemos por la pronta canonización de Don Álvaro (¡ya está el segundo milagro!)
¡ Ave María puríssima !
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