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domingo, 19 de mayo de 2013

El aborto en caso de violación - según Carlos Peña

por Pato Acevedo

En una columna de hace ya algún tiempo, el Decano de la Facultad de Derecho de la U. Diego Portales y columnista de El Mercurio Carlos Peña, plantea un argumento a favor del aborto en caso de violación, que puede resultar interesante de considerar, pues se basa en lo que el Estado puede exigir a los ciudadanos. El profesor Peña señala:

No es difícil estar acuerdo en que la violación es una experiencia devastadora para la mujer, un atentado a su libertad personal y sexual. También podemos estar de acuerdo en el fruto de esa violación es inocente. La cuestión [es] ¿podemos imponerle a la mujer violada, contra su voluntad expresa, la carga de sobrellevar un embarazo que le recuerda la experiencia humillante y desoladora de que víctima con el argumento que, de esa forma, salvará a un inocente?
[…]
Una exigencia semejante es excesiva. Y es que en la vida hay actos moralmente obligatorios (y la mayor parte de ellos el derecho debe recogerlos) y otros son supererogatorios (actos que por ir más allá de lo que podemos exigirnos mutuamente, el derecho no puede recoger). Estas últimas son el tipo de cosas que hacen los santos y los héroes. Por supuesto, una mujer violada puede decidir ser heroína o santa (y se ganaría la admiración de todos), pero esa no puede ser una obligación coactiva que impongamos a quien ya ha sido víctima.

Me gusta esta columna, porque no es extremista en el tema del aborto. Por ejemplo, al hablar del feto como un “inocente” reconoce que no estamos ante una cosa o una parte del cuerpo de la mujer; o al indicar que hay imperativos morales que deben ser acogidos por el derecho, despeja toda esa tontería de “eso dirás tú, pero no puedes imponerme tu moral".

Con eso, podemos enfocarnos en el argumento de fondo, acerca de qué puede exigir la sociedad a una mujer embarazada producto de una violación.

Es indudable que la sociedad en general y el Estado en particular exigen a sus ciudadanos el soportar diversas cargas, de todo tipo y por los más diversos motivos, las que no se limitan a lo pecuniario, sino que alcanzan también a lo emocional.

Por ejemplo, un niño que ha sufrido un abuso sexual, una vez que ha denunciado el hecho, deberá soportar el sufrimiento de volver a contar la experiencia a la policía, al fiscal, al psicólogo, en una secuencia de declaraciones que lo obligan a revivir una experiencia traumática, una y otra vez. ¿Por qué hacemos eso? ¿Acaso hay algo que justifique el hacer sufrir aún más a una persona que ya ha sido víctima de un delito horrible? La respuesta es que sí, que el Estado quiere dar a la víctima el consuelo de hacer justicia contra un agresor ilegítimo, pero para eso hacer eso hay que estar seguro de que se condena a la persona correcta, y eso hace inevitable que el sufrimiento no termine con la agresión, sino que se prolongue durante una investigación, que puede tomar varios años.

Y si eso lo debe soportar la víctima por un principio abstracto como la justicia ¿cuánto más se les pedirá a los ciudadanos que soporten por una persona en concreto?

Pongamos el caso de un padre que un día va con su hijo de cinco años al banco, con la mala suerte que justo en ese momento ocurre un asalto, los delincuentes ingresan disparando al recinto y una bala le da al niño en la columna y lo deja cuadripléjico. Así, de un momento a otro y sin que nadie le consultara su opinión, la vida de su hijo y la suya propia quedan marcadas; donde antes ese padre podía pensar en una vejez tranquila visitando a sus nietos cada 15 días, ahora enfrenta toda una vida dedicada a cuidar a su hijo, acosado por el recuerdo de lo que pudo haber sido, de no ser por los delincuentes, o de haber ido solo ese día al banco.

Sin dudas que el sufrimiento en una situación como la descrita es enorme, y casos como este ocurren todos los días. Pero la pregunta relevante para nosotros es ¿Podría ese padre abandonar a su hijo en un hospital diciendo que no cuenta con el dinero para mantenerlo en esa condición? ¿Es relevante que se nos diga que él mismo es una víctima inocente de la acción de delincuentes, y que obligarle a ver todos los días, por años, a su hijo en ese estado le causa un dolor insoportable? ¿O los padres de un niño con síndrome de Down? ¿Podrían dejarlo morir al no darle los cuidados o medicamentos necesarios?

Creo que cualquier persona razonable debería responder con no categórico a cada una de estas preguntas, pues si bien se trata de situaciones dolorosas, ello no nos autoriza a tomar cualquier acción para escapar de ella. Y esa respuesta debería hacernos pensar acerca del sufrimiento que a veces deben soportar los ciudadanos, a instancias de los deberes morales que el Estado ampara.

Así, vemos que nuestra sociedad hay muchas personas que soportan grandes sufrimientos, y que el Estado, lejos de darles la libertad de salir por cualquier medio de esa situación, cumple con su labor mediante el acompañamiento en esas circunstancias difíciles. ¿Son ellos héroes y santos? Sin dudas, porque son ciudadanos que deben soportar un dolor complemente ajeno a su voluntad, en que son víctimas, y a pesar de eso seguir adelante, pero también son héroes que cumplen un deber y pueden ser obligados a hacerlo.

Aplicando esto al caso que nos plantea el profesor Peña –el embarazo producto de una violación–, es claro que lo primero es reconocer lo delicado y lamentable de la situación, y que ello no habilita para debilitar el compromiso que debe tener la comunidad de proteger toda vida humana. A la mujer que se encuentra en esa situación hay que tratarla como la víctima que es, acompañándola en cada paso del proceso, y respetando cada una de las decisiones que tome, en tanto no ello no implique la destrucción de la otra víctima inocente, esa que no puede defenderse.

Después de todo, destruir al feto no cambiará en nada el mayor sufrimiento de la mujer, que proviene del haber sido violada, y, a diferencia de los otros casos de los que hemos hablado, es una condición que tiene una fecha clara de término, luego de la cual ella podrá volver a su vida anterior. Y si el problema es el recuerdo de una experiencia humillante y desoladora ¿qué se gana con el aborto? ¿Acaso desaparecerá el recuerdo, junto con el feto, como por arte de una oscura magia? Claramente no es así, el trauma y el recuerdo permanecen, y es una grave y cruel mentira decirle a la víctima “matando a tu hijo, se soluciona todo".

Sin embargo, hay alguien a quien sirve este tipo de aborto: a nosotros, a la sociedad, que no vamos a ver a ese niño nunca más, y nos vamos a olvidar en una semana de que hubo una violación. Pero no a las víctimas, para ellas, su violación es una experiencia traumática, que sufren por varios años, y en total soledad, mientras la sociedad cree que ya todo está bien, porque las vemos sin cambios, como si todo siguiera igual. Con estos abortos, el que se consuela y sigue adelante son los otros, nunca la víctima. Si ese niño nos impide olvidarnos de que esa mujer todavía sufre por haber sido violada, bienvenido sea.

En el fondo, el problema sigue siendo el mismo: no ven al bebé no nacido como persona, y por eso no tienen problema en obligar a los padres con hijos cuadripléjicos o con síndrome de Down a cuidarlos de por vida, pero les parece intolerable dar el mismo trato a un bebé, por apenas nueve meses.

Una nota final: Tampoco le hacemos ningún favor a la víctima de una violación diciéndole “estás embarazada, elige tú si quieres matar a tu hijo". ¿Qué clase de libertad es esa? ¿Tomarías una decisión de vida o muerte cuando acabas de sufrir una experiencia traumática? ¿Viendo la tensión que provoca en los demás? Lejos de ser un alivio y un ejercicio de verdadera libertad, cualquier decisión que se toma en una situación tan difícil deja el camino abierto para un remordimiento que dura toda la vida. Lo mejor, en tal circunstancia es decir “nosotros nos haremos cargo de todo, incluso del cuidado del bebé si quieres, más adelante podrás decidir si quieres conservarlo o entregarlo en adopción".

InfoCatólica.com

PIS
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