La devoción y el culto a San José han nacido y crecido espontáneamente en el corazón del pueblo cristiano, el cual ha sabido descubrir en el Santo Patriarca el modelo de humildad, de trabajo y de fidelidad en el cumplimiento de la propia vocación.
Entre las devociones más extendidas al que hizo de padre de Jesús aquí en la tierra y fue fiel custodio de María, está la de los siete domingos, que preceden a la fiesta. En ellos se suele meditar algún aspecto de la personalidad del Santo Patriarca y se acude a su intercesión para pedir tantas gracias como necesitamos.
Para acompañar la Fiesta, se suele confesar y comulgar cada uno de los Domingos de San José.
1er Domingo de San José
VOCACION Y SANTIDAD DE SAN JOSÉ*
- El más grande de los santos.
- “A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello”.
- Nuestra propia vocación: “porque tenemos la gracia del Señor, podremos superar todas las dificultades”.
I. Comenzamos hoy esta antigua costumbre de preparar, con siete semanas de antelación, la festividad del Santo Patriarca, que tuvo a su cargo en la tierra a Jesús y a María. En cada uno de estos domingos, procuraremos meditar la vida de San José, llena de enseñanzas, fomentaremos su devoción y nos acogeremos a su patrocinio.
San José, después de María, es el mayor de los santos en el Cielo, según enseña comúnmente la doctrina católica (1). El humilde carpintero de Nazaret sobresale en gracia y en bienaventuranza por encima de los patriarcas, de los profetas, de San Juan el Bautista, de San Pedro, de San Pablo, de todos los Apóstoles, santos mártires y doctores de la Iglesia (2). Ocupa en la Plegaria eucarística I (Canon Romano) del misal el primer lugar, después de Nuestra Señora.
Al Santo Patriarca le han sido encomendados, de un modo real y misterioso, los cristianos de todas las épocas. Así lo expresan las bellísimas Letanías de San José aprobadas por la Iglesia, que resumen todas sus prerrogativas: San José, ilustre descendiente de David, luz de los patriarcas, esposo de la Madre de Dios (...), modelo de los que trabajan, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los afligidos, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia santa... Salvo a María, a ninguna otra criatura podemos dirigir tantas alabanzas. La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. Este patrocinio “es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos "países y naciones, en los que (... ) la religión y la vida cristiana fueron florecientes y" que "están ahora sometidos a dura prueba". Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto (cfr. Lc 24, 49; Hech 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos” (3). Muy especialmente del más grande de todos ellos.
A lo largo de estas siete semanas, en las que preparamos su fiesta, podemos renovar y enriquecer esta sólida devoción y obtener muchas gracias y ayudas del Santo Patriarca. Son días para acercarnos más a él, para tratarle y amarle. “Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios” (4). Aprovechemos particularmente en estos días este poder de intercesión, encomendándole aquello que más nos preocupa, de lo que tenemos más necesidad.
II. A San José se le puede aplicar el principio formulado por Santo Tomás a propósito de la plenitud de gracia y de la santidad de María: “A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello” (5).
Por esto, la Virgen Santísima, llamada a ser Madre de Dios, recibió, junto con la inmunidad de la culpa original, desde el mismo instante de su Concepción una plenitud de gracia que superaba ya la gracia final de todos los santos juntos. María, la más cercana a la fuente de toda gracia, se benefició de ella más que ninguna otra criatura (6). Y después de María, nadie estuvo más cerca de Jesús que San José, que hizo las veces de padre suyo aquí en la tierra. Después de María, nadie recibió una misión tan singular como José, nadie le amó más, nadie le prestó más servicios... Ningún otro estuvo más cerca del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. “Precisamente José de Nazaret "participó" en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo (Ef 1, 5)” (7).
El alma de José debió ser preparada con singulares dones para que llevara a cabo una misión tan extraordinaria, como la de ser custodio fiel de Jesús y de María. ¿Cómo no iba a ser excepcional la criatura a quien Dios encomendó lo que más quería de este mundo? El ministerio de San José fue de tal importancia que todos los ángeles juntos no sirvieron tanto a Dios como José solo (8).
Un autor antiguo enseña que San José participó de la plenitud de Cristo de un modo incluso más excelente y perfecto que los Apóstoles, pues “participaba de la plenitud divina en Cristo: amándole, viviendo con Él, escuchándole, tocándole. Bebía y se saciaba en la fuente superabundante de Cristo, formándose en su interior un manantial que brotaba hasta la vida eterna.
“Participó de la plenitud de la Santísima Virgen de un modo singular: por su amor conyugal, por su mutua sumisión en las obras y por la comunicación de sus consolaciones interiores. La Santísima Virgen no pudo consentir que San José estuviese privado de su perfección, alegría y consuelos. Era bondadosísima, y por la presencia de Cristo y de los ángeles gozaba de alegrías ocultas a todos los mortales, que sólo podía comunicar a su esposo amantísimo, para que en medio de sus trabajos tuviese un consuelo divino; y así, mediante esta comunicación espiritual con su esposo, la Madre intacta cumplía el precepto del Señor de ser dos en una sola carne” (9).
“Oh José! - le decimos con una oración que sirve para prepararnos a celebrar la Santa Misa o a asistir a ella- varón bienaventurado y feliz, a quien fue concedido ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y oír, y no oyeron ni vieron. Y no sólo verle y oírle, sino llevarlo en brazos, besarlo, vestirlo y custodiarlo: ruega por nosotros” (10). Atiéndenos en aquello que en estos días te pedimos, y que dejamos en tus manos para que tú lo presentes ante Jesús, que tanto te amó y a quien tanto amaste en la tierra y ahora amas y adoras en el Cielo. Él no te niega nada.
III. Enseña San Bernardino de Siena, siguiendo a Santo Tomás, que “cuando, por gracia divina, Dios elige a alguno para una misión muy elevada, le otorga todos los dones necesarios para llevar a cabo esta misión, lo que se verifica en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo y esposo de María” (11). La santidad consiste en cumplir la propia vocación. Y en San José ésta consistió, principalmente, en preservar la virginidad de María contrayendo con Ella un verdadero matrimonio, pero santo y virginal. El Angel del Señor le dijo: José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues lo que en Ella ha nacido es obra del Espíritu Santo (12). María es su esposa, y José la amó con el amor más puro y delicado que podamos imaginar.
Con relación a Jesús, José veló sobre Él, le protegió, le enseñó su oficio, contribuyó a su educación... “Se le llama su padre nutricio y también padre adoptivo, pero estos nombres no pueden expresar plenamente esta relación misteriosa y llena de gracia. Un hombre se convierte accidentalmente en padre adoptivo o en padre nutricio de un niño, mientras que José no se convirtió accidentalmente en el padre nutricio del Verbo encarnado; fue creado y puesto en el mundo con ese fin; es el objeto primero de su predestinación y la razón de todas las gracias” (13). Ésa fue su vocación: ser padre adoptivo de Jesús y esposo de María; sacar adelante, muchas veces con sacrificio y dificultades, a aquella familia.
San José fue tan santo porque correspondió fidelísimamente a las gracias que recibió para cumplir una misión tan singular. Nosotros podemos meditar hoy junto al Santo Patriarca en la vocación en medio del mundo que también hemos recibido y en las gracias necesarias que continuamente nos da el Señor para vivirla fielmente.
Nunca debemos olvidar que a quienes Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello. ¿Dudamos cuando encontramos dificultades para llevar a cabo lo que Dios quiere de nosotros: sostener a la familia, vivir la entrega generosa que el Señor nos pide, vivir el celibato apostólico, si ha sido esa la inmensa gracia que Dios ha querido para nosotros?, ¿seguimos el razonamiento lógico de que “porque tengo la gracia de Dios, porque tengo una vocación, podré superar todos los obstáculos”?, ¿me crezco ante las dificultades, apoyándome en Dios? “Lo has visto con claridad: mientras tanta gente no le conoce, Dios se ha fijado en ti. Quiere que seas fundamento, sillar, en el que se apoye la vida de la Iglesia.
“Medita esta realidad, y sacarás muchas consecuencias prácticas para tu conducta ordinaria: el fundamento, el sillar -quizá sin brillar, oculto- ha de ser sólido, sin fragilidades; tiene que servir de base para el sostenimiento del edificio... ; si no, se queda aislado” (14). San José, que fue cimiento seguro en el que descansaron Jesús y María, nos enseña hoy a ser firmes en nuestra peculiar vocación, de la que dependen la fe y la alegría de tantos. Él nos ayudará a ser siempre fieles, si acudimos frecuentemente a su patrocinio. Sancte Ioseph... , ora pro nobis... , ora pro me, le podemos repetir muchas veces en el día de hoy.
(1) Cfr. LEON XIII, Enc. Quanquam pluries, 15-VIII-1899.- (2) Cfr. SAN BERNARDINO DE SIENA, Sermón I sobre San José .- (3) JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 19.- (4) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 554.- (5) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c.- (6) Ibídem, a. 5.- (7) JUAN PABLO II, Ibídem, 2.- (8) Cfr. B. LLAMERA, Teología de San José, BAC, Madrid 1953, p. 186.- (9) ISIDORO DE ISOLANO -siglo XVI-, Suma de los dones de San José, III, 17.- (10) Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 12.- (11) SAN BERNARDINO DE SIENA, loc. cit.- (12) Mt 1, 20; Lc 2, 5.- (13) R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, p. 389.- (14) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 472.
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*Visita: http://elportaldeolgaydaniel.blogspot.com.ar/
San José, después de María, es el mayor de los santos en el Cielo, según enseña comúnmente la doctrina católica (1). El humilde carpintero de Nazaret sobresale en gracia y en bienaventuranza por encima de los patriarcas, de los profetas, de San Juan el Bautista, de San Pedro, de San Pablo, de todos los Apóstoles, santos mártires y doctores de la Iglesia (2). Ocupa en la Plegaria eucarística I (Canon Romano) del misal el primer lugar, después de Nuestra Señora.
Al Santo Patriarca le han sido encomendados, de un modo real y misterioso, los cristianos de todas las épocas. Así lo expresan las bellísimas Letanías de San José aprobadas por la Iglesia, que resumen todas sus prerrogativas: San José, ilustre descendiente de David, luz de los patriarcas, esposo de la Madre de Dios (...), modelo de los que trabajan, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los afligidos, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia santa... Salvo a María, a ninguna otra criatura podemos dirigir tantas alabanzas. La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. Este patrocinio “es necesario a la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos "países y naciones, en los que (... ) la religión y la vida cristiana fueron florecientes y" que "están ahora sometidos a dura prueba". Para llevar el primer anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la Iglesia tiene necesidad de un especial poder desde lo alto (cfr. Lc 24, 49; Hech 1, 8), don ciertamente del Espíritu del Señor, no desligado de la intercesión y del ejemplo de sus Santos” (3). Muy especialmente del más grande de todos ellos.
A lo largo de estas siete semanas, en las que preparamos su fiesta, podemos renovar y enriquecer esta sólida devoción y obtener muchas gracias y ayudas del Santo Patriarca. Son días para acercarnos más a él, para tratarle y amarle. “Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.
-Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios” (4). Aprovechemos particularmente en estos días este poder de intercesión, encomendándole aquello que más nos preocupa, de lo que tenemos más necesidad.
II. A San José se le puede aplicar el principio formulado por Santo Tomás a propósito de la plenitud de gracia y de la santidad de María: “A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello” (5).
Por esto, la Virgen Santísima, llamada a ser Madre de Dios, recibió, junto con la inmunidad de la culpa original, desde el mismo instante de su Concepción una plenitud de gracia que superaba ya la gracia final de todos los santos juntos. María, la más cercana a la fuente de toda gracia, se benefició de ella más que ninguna otra criatura (6). Y después de María, nadie estuvo más cerca de Jesús que San José, que hizo las veces de padre suyo aquí en la tierra. Después de María, nadie recibió una misión tan singular como José, nadie le amó más, nadie le prestó más servicios... Ningún otro estuvo más cerca del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. “Precisamente José de Nazaret "participó" en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo (Ef 1, 5)” (7).
El alma de José debió ser preparada con singulares dones para que llevara a cabo una misión tan extraordinaria, como la de ser custodio fiel de Jesús y de María. ¿Cómo no iba a ser excepcional la criatura a quien Dios encomendó lo que más quería de este mundo? El ministerio de San José fue de tal importancia que todos los ángeles juntos no sirvieron tanto a Dios como José solo (8).
Un autor antiguo enseña que San José participó de la plenitud de Cristo de un modo incluso más excelente y perfecto que los Apóstoles, pues “participaba de la plenitud divina en Cristo: amándole, viviendo con Él, escuchándole, tocándole. Bebía y se saciaba en la fuente superabundante de Cristo, formándose en su interior un manantial que brotaba hasta la vida eterna.
“Participó de la plenitud de la Santísima Virgen de un modo singular: por su amor conyugal, por su mutua sumisión en las obras y por la comunicación de sus consolaciones interiores. La Santísima Virgen no pudo consentir que San José estuviese privado de su perfección, alegría y consuelos. Era bondadosísima, y por la presencia de Cristo y de los ángeles gozaba de alegrías ocultas a todos los mortales, que sólo podía comunicar a su esposo amantísimo, para que en medio de sus trabajos tuviese un consuelo divino; y así, mediante esta comunicación espiritual con su esposo, la Madre intacta cumplía el precepto del Señor de ser dos en una sola carne” (9).
“Oh José! - le decimos con una oración que sirve para prepararnos a celebrar la Santa Misa o a asistir a ella- varón bienaventurado y feliz, a quien fue concedido ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y oír, y no oyeron ni vieron. Y no sólo verle y oírle, sino llevarlo en brazos, besarlo, vestirlo y custodiarlo: ruega por nosotros” (10). Atiéndenos en aquello que en estos días te pedimos, y que dejamos en tus manos para que tú lo presentes ante Jesús, que tanto te amó y a quien tanto amaste en la tierra y ahora amas y adoras en el Cielo. Él no te niega nada.
III. Enseña San Bernardino de Siena, siguiendo a Santo Tomás, que “cuando, por gracia divina, Dios elige a alguno para una misión muy elevada, le otorga todos los dones necesarios para llevar a cabo esta misión, lo que se verifica en grado eminente en San José, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo y esposo de María” (11). La santidad consiste en cumplir la propia vocación. Y en San José ésta consistió, principalmente, en preservar la virginidad de María contrayendo con Ella un verdadero matrimonio, pero santo y virginal. El Angel del Señor le dijo: José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues lo que en Ella ha nacido es obra del Espíritu Santo (12). María es su esposa, y José la amó con el amor más puro y delicado que podamos imaginar.
Con relación a Jesús, José veló sobre Él, le protegió, le enseñó su oficio, contribuyó a su educación... “Se le llama su padre nutricio y también padre adoptivo, pero estos nombres no pueden expresar plenamente esta relación misteriosa y llena de gracia. Un hombre se convierte accidentalmente en padre adoptivo o en padre nutricio de un niño, mientras que José no se convirtió accidentalmente en el padre nutricio del Verbo encarnado; fue creado y puesto en el mundo con ese fin; es el objeto primero de su predestinación y la razón de todas las gracias” (13). Ésa fue su vocación: ser padre adoptivo de Jesús y esposo de María; sacar adelante, muchas veces con sacrificio y dificultades, a aquella familia.
San José fue tan santo porque correspondió fidelísimamente a las gracias que recibió para cumplir una misión tan singular. Nosotros podemos meditar hoy junto al Santo Patriarca en la vocación en medio del mundo que también hemos recibido y en las gracias necesarias que continuamente nos da el Señor para vivirla fielmente.
Nunca debemos olvidar que a quienes Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello. ¿Dudamos cuando encontramos dificultades para llevar a cabo lo que Dios quiere de nosotros: sostener a la familia, vivir la entrega generosa que el Señor nos pide, vivir el celibato apostólico, si ha sido esa la inmensa gracia que Dios ha querido para nosotros?, ¿seguimos el razonamiento lógico de que “porque tengo la gracia de Dios, porque tengo una vocación, podré superar todos los obstáculos”?, ¿me crezco ante las dificultades, apoyándome en Dios? “Lo has visto con claridad: mientras tanta gente no le conoce, Dios se ha fijado en ti. Quiere que seas fundamento, sillar, en el que se apoye la vida de la Iglesia.
“Medita esta realidad, y sacarás muchas consecuencias prácticas para tu conducta ordinaria: el fundamento, el sillar -quizá sin brillar, oculto- ha de ser sólido, sin fragilidades; tiene que servir de base para el sostenimiento del edificio... ; si no, se queda aislado” (14). San José, que fue cimiento seguro en el que descansaron Jesús y María, nos enseña hoy a ser firmes en nuestra peculiar vocación, de la que dependen la fe y la alegría de tantos. Él nos ayudará a ser siempre fieles, si acudimos frecuentemente a su patrocinio. Sancte Ioseph... , ora pro nobis... , ora pro me, le podemos repetir muchas veces en el día de hoy.
(1) Cfr. LEON XIII, Enc. Quanquam pluries, 15-VIII-1899.- (2) Cfr. SAN BERNARDINO DE SIENA, Sermón I sobre San José .- (3) JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 19.- (4) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 554.- (5) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c.- (6) Ibídem, a. 5.- (7) JUAN PABLO II, Ibídem, 2.- (8) Cfr. B. LLAMERA, Teología de San José, BAC, Madrid 1953, p. 186.- (9) ISIDORO DE ISOLANO -siglo XVI-, Suma de los dones de San José, III, 17.- (10) Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 12.- (11) SAN BERNARDINO DE SIENA, loc. cit.- (12) Mt 1, 20; Lc 2, 5.- (13) R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, p. 389.- (14) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, n. 472.
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