¿Qué es ese "fin del mundo" al que tememos tanto?
¿El fin del Universo? ¿O apenas la destrucción de un pequeño planeta que gira alrededor de una estrella de menor importancia en el confín de una más de las tantas Galaxias que parecen ocupar el espacio tridimensional que nos es dado observar?
Porque no sería nada extraño para la historia de ese Universo que un puntito insignificante como la Tierra dejara de estar donde creemos que está. Ni sería trascendental que eso perturbara el sistema que rodea a ese Sol central que hemos beneficiado con nuestra presencia.
Porque a nadie más que a un humano importaría que ese "astro rey" también explotara, implotara o hiciera lo que su destino le imponga. A nadie más.
Ni siquiera los demás seres vivos terrestres lo lamentarían. Solamente morirían sin saber por qué mueren como no supieron nunca por qué nacieron.
¿Por qué hemos sido nosotros, los humanos, quienes beneficiaron ese Sol alrededor del cual se dice que orbitamos? Porque lo hemos convertido en una estrella "especial" que nunca fue por sus propios méritos. Como hacemos que un hombre o una mujer se conviertan también en "especiales" porque los hemos elegido como pareja o los hemos engendrado o nos han ellos engendrado a nosotros.
Quizá todo sea una creación de nuestra mente, hasta nosotros mismos y lo que nos rodea. Tal vez solamente sueños de ánimas errantes que tememos que un "fin del mundo" poco claro, absolutamente impreciso, nos despierte bruscamente para devolvernos a una nada de la que surgimos en un principio.
O no, porque puede ser que no, que el Universo existe realmente, y el Sol existe, y existe el planeta Tierra que se ha convertido en nuestro hogar, nuestro refugio, nuestra razón de ser porque el Creador de todo decidió que era bueno que estuviésemos aquí para cumplir con su Plan. Y que somos el centro real de ese Universo que fue construido para nosotros porque nosotros somos Hijos de Dios.
¿Es todo eso tan difícil de comprender? ¿O simplemente es que no hay algo que debamos o podamos comprender?
Seres humanos en un pequeño planeta perdido en el Universo. Creando sus propias historias personales en pos de objetivos fijados por un Alguien Supremo o por la combinación de instintos de supervivencia en los que un relativamente poco eficiente cerebro participa como ordenador.
¡Cómo entonces, con tantos interrogantes por resolver, no convertirnos en cierto grado en científicos que buscan conocer el qué, el cómo, el cuándo y el dónde, o en filósofos que pretenden saber el por qué o el para qué!
¿De qué serviría todo ese esfuerzo, esa disciplina, ese racionalismo, si descubriéramos que al final hay nada?
Que no hay por qué. Que no hay para qué. Y de suceder esto, de captar al llegar del camino que esa senda en la que pusimos nuestras esperanzas conduce a ningún lugar. Y que cada pregunta para la que creemos haber logrado una respuesta es solamente generadora luego de más preguntas, más caminos hacia ninguna parte y así hasta que el tiempo del buscador termine y deje sus incógnitas para nuevos buscadores que vendrán después.
Entonces debe haber algo. Una causa inicial y un destino final. Una razón de ser que nos quite la angustia existencial que nos invade cuando dudamos, cuando no estamos seguros de que haya un algo. Porque es muy difícil soportar la vida si estamos seguros de que no lo hay.
El fin del mundo. Una ficción que hemos elaborado para dar nombre a la conclusión de nuestro sueño más preciado: la vida. Pero no tiene que ser una muerte individual. Necesitamos diseñar un final catastrófico, que arrastre hacia nuestro destino propio el de miles, millones, miles de millones de otros seres humanos. Que incendie, ahogue, sepulte, desmenuce, desintegre plantas, animales y personas en un final de sinfonía majestuoso.
Entonces fijamos fecha y decimos que sucederá el día que los mayas pronosticaron, o el que un delirante místico estableció en cálculos extraños sin fundamento verificable. Ése será el día en que todos moriremos.
Pero los mayas que lo predijeron ya han muerto. Y Nostradamus también. Para ellos el fin del mundo se anticipó a sus propias evaluaciones. Tampoco Juan podrá comprobar que el Apocalipsis se cumplió cabalmente pues el fin del mundo también le llegó hace siglos.
¿Qué tememos, entonces? ¿Que un meteorito ingobernable choque contra nuestro planeta y produzca la extinción total de la vida? Si ninguna piedra enorme colisionara con esta otra piedra sobre la que vivimos, entonces ¿no moriríamos? ¿Viviríamos para siempre?
No es tonto creer que este planeta tendrá un final según lo comprendemos. Porque en nuestro concepto hay un factor, una dimensión que llamamos "tiempo" que creemos que transcurre. Y entonces, todo tiene un principio y todo tiene un final, excepto el Ser Superior que habría diseñado ese todo.
No es tonto creerlo porque está en nuestra esencia hacerlo. Porque forma parte de cómo somos, y no podemos superar nuestro propio diseño pretendiendo trasponer límites que integran nuestra programación básica.
Lo que es tonto, quizá, es temerlo. Atemorizarnos porque un día el planeta será parte de un pasado que nuestra mente creó para los hechos que estimamos sucedieron "antes". Porque no habrá un futuro que también imaginamos y que decimos que acontecerá "después".
Es miedo, sencillamente miedo. En nuestro diseño como humanos, está incluido para que intentemos sobrevivir siempre de alguna manera. Aunque no lo logramos. Siempre terminamos muriendo. Como seres físicos, no tenemos acceso a la inmortalidad. Un día de los que creamos, a una hora que también creamos, todo terminará para nosotros aquí, en la Tierra, como seres humanos.
Así que llegará el fin del mundo, que seguramente no será más que el fin de este pequeño planeta que gira alrededor de una estrella casi insignificante, en el borde de una galaxia más del universo. Al menos, así será el evento que nos aterra, que nos desespera, que nos angustia. Y yo que escribo esto aquí y ahora, sin saber bien que quiero expresar con "aquí" ni con "ahora", probablemente no estaré para verlo. Porque mi fin del mundo ya habrá ocurrido y seré físicamente parte de lo inanimado.
Pero tú que estás leyendo esto probablemente tampoco estarás. Habrás dejado de preocuparte por el fin del mundo de todos porque también habrá llegado el tuyo propio, particular, individual.
Con lo que quizá se demuestre fehacientemente que ese temor era poco o nada racional frente al temor lógico que te debe producir la posibilidad de tu muerte, la seguridad de tu muerte en cualquier instante de lo que entendemos como "futuro". Es decir, ahora, ya, en unos minutos, en una horas, en unos días, en unos meses o en unos años.
Profetizar es pretender conocer el futuro. Anticiparlo. Develarlo. Para que los que no tienen esa pretendida capacidad puedan orientar sus existencias en función de esos augurios. ¿Tienen sus profecías alguna importancia? ¿Cómo podemos evitar lo que ellos nos presentan como inevitable? ¿De qué sirve saber anticipadamente qué ocurrirá?
El fin del mundo. Suena bien, ¿verdad? Fuerte, denso, atemorizante, definitivo. Como aquel "hombre de la bolsa" con el que nos amenazaban cuando no queríamos tomar toda la sopa. Y entonces la tomábamos, pero con un nudo en la garganta y otro en el estómago que hacían que nos cayera mal.
El fin del mundo. Un elemento poderoso para que vivamos la vida con una angustia generalizada que puede tener una consecuencia terrible: que la vivamos mal.
El "hombre de la bolsa" nunca vino a llevarnos quién sabe dónde. El "fin del mundo", "hombre de la bolsa" para adultos que desde el comienzo de la Humanidad ha causado profundos temores a millones de nuestros congéneres, no ha venido aún. Y quizá no lo haga en tanto tú y yo vivamos. Así que enseñemos a los niños que "el hombre de la bolsa" no existe, y así podrá caerles bien su alimento. Y enseñemos a los adultos que "el fin del mundo" no es algo que deba preocuparnos, de modo de permitirnos disfrutar de este escaso tiempo que dura nuestra vida.
Daniel Aníbal Galatro
Septiembre 28 de 2010
Esquel - Chubut - Argentina
dgalatrog@hotmail.com
http://ferialibrodelmundo.blogspot.com/
Los seres humanos siempre hemos intentado descorrer el velo que nos oculta el futuro. Personas que llamamos "profetas" son nuestra herramienta para ello.
¿Estaremos preparados?
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