En aquellos días abundaban los pronosticadores y Nostradamus no quería ser uno más, sino el mejor. El magistrado Chavigny nos cuenta cómo "él preveía las grandes revoluciones y cambios que habían de ocurrir en Europa y aun las guerras civiles y sangrientas y las perniciosas perturbaciones que iban a asolar el mundo, y lleno de entusiasmo y como arrebatado por un furor enteramente nuevo, se puso a escribir sus Centurias y demás presagios".
Por miedo a que la novedad de la materia suscitase maledicencias y calumnias, como efectivamente ocurrió, Nostradamus prefirió guardar sus profecías para sí mismo, hasta que en 1555 decidió darlas a la luz. El éxito de esos crípticos cuartetos fue inmediato. En la corte, el rey y su esposa quedaron maravillados. Nostradamus fue reclamado en París, donde Enrique II lo colmó de regalos y su impresionante figura barbada hechizó a los cortesanos. En los años siguientes, su prestigio aumentaría hasta límites inconcebibles cuando una de sus predicciones, la relativa a la muerte del rey, se cumplió tal como él había escrito.
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Los seres humanos siempre hemos intentado descorrer el velo que nos oculta el futuro. Personas que llamamos "profetas" son nuestra herramienta para ello.
¿Estaremos preparados?
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jueves, 4 de marzo de 2010
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